“EL MOMENTO DE DECIR BASTA” POR AIDA BORTNIK



Por Aída Bortnik

A todos los viejos jubilados, abandonados, desabastecidos…
6:30 - Lo despertó la sirena. Bueno, no es una sirena, es como un aullido eso que tienen ahora los autos de la policía. Y ya que la persiana estaba levantada (porque después de la cuarta vez que envió a arreglar ese despertador que le trajo el idiota de Guille de Miami, decidió que si el sol les bastaba a los campesinos, también podía bastarle a él), se asomó un poco, con el airé alerta de los que han visto demasiado cine como para sacar el cuerpo por la ventana cuando oyen a la policía. Entraban a la casa de arriba de la farmacia, pero allí viven los viejos ¿quién va a asaltar esa casa si todo el barrio sabe que están muertos de hambre? 
No había luz, pero ni siquiera perdió tiempo en irritarse por eso, el problema era que otra vez se había olvidado de comprar hojitas para la máquina. Naturalmente se cortó, aunque nada más que tres veces. Podía haber sido peor. Mientras lo calentaba, se reprochó seguir tomando café con lo caro que era, pero el mate se lo había prohibido el médico y el té no lo pasaba más que cuando estaba enfermo. Y tampoco había por qué seguir comprando el diario. Las pocas cosas que se pueden creer, te amargan el día. Vaciló antes de cruzar la calle y preguntar. El coche de la policía ya no estaba, pero había algunos agentes en la puerta de la casa y los vecinos hablaban en voz baja. Al principio no entendió lo que le dijo el quiosquero, pero era porque el tipo no paraba de sonarse la nariz, tapándose la cara con todo el pañuelo. Como si estuviera llorando y le diera vergüenza. Y cuando entendió, se quedó un rato mirándolo con la boca abierta y lo único que pudo decir fue: “Se me hace tarde".

7:30 - Había un pibe nuevo en el grupito que se encontraba todos los días en el colectivo. 
Tenía cara de sueño. Se agarraba fuerte del pasamanos y parecía dormir de a ratos, medio colgado. La tercera vez que estuvo a punto de caerse sobre otro explicó que había ido a las cuatro con la madre y el hermano grande, a buscar algo de lo que tiran en el mercado. A veces la verdura está casi buena, dijo, tratando de sonreír y de bostezar al mismo tiempo.

10 - Ya había rumores de que no pagaban, pero cuando el cadete le pasó el papelito de la reunión en el baño no se imaginó que era por eso. Estaban tos de siempre, uno de cada sección, pero había dos tipos que no conocía y se quedó tan sorprendido cuando el de contaduría dijo que eran obreros, que habían venido de la fábrica para ponerse de acuerdo, que ni oyó toda la primera parte de lo que decía el más joven. El viejo le puso una mano en el hombro, para pedirle que se calmara y le hizo una cargada sin mala intención, para que se ubicara en que eso era un baño y no una tribuna. Y después los miró a todos y les preguntó muy tranquilo si estaban seguros de que no les daba miedo, porque hay mucha gente que oye la palabra huelga y le empiezan a castañetear los dientes. Algunos se rieron, pero el viejo siguió. Y yo no los critico, ya tenemos demasiados jueces, para juzgarnos entre nosotros, ¿no? Y para algunos, a lo mejor, todavía no llegó el momento de decir basta. El de personal se inclinó para susurrarle algo al de compras y él quedó frente al espejo. Le pareció que tenía cara de asustado.

12:30 - Estaban comiendo la pizza cuando la nena se acercó. Le dio un palo, pero ya no pudo seguir comiendo. El cobrador le dio 5 lucas y explicó, sin dejar de masticar, que había sacado la cuenta y que si les daba a todos los que se cruzaba en el día necesitaba algo así como tres palos diarios... Ustedes tienen la suerte de que están adentro, dijo. Además, qué querés... cuando son chicos te hacen sentir tan mal, aunque mi mujer dice que algunos piden de vicio. Pero yo siempre le digo: mejor sonso que miserable. Además ¿qué voy a hacer, les voy a tomar examen?

21:30 - Se estaba quedando dormido en el asiento cuando lo despertó la frenada. Uno solo tenía un revólver. Había otro con un cortaplumas chiquito y el más flaco tenía un palo que le costó bastante trabajo sacar de adentro del pantalón. El del cortaplumas era el más asustado y, cuando le tocó a él y lo vio de cerca pensó que podía ser una chica. Pero no estaba seguro. Y cuando le señaló el reloj se defendió: es berreta y es el único que tengo...”. 
Entonces la que parecía una chica lo miró de frente y estuvo como por decir algo. Pero en ese momento el del revólver gritó y se bajaron.
Mientras corrían él vio volar primero el cortaplumas y después el palo por el aire. Una mujer lloraba y dijo que acababa de cobrar y que hacía dos semanas le había pasado al marido y que así no se podía vivir y que habría que matarlos a todos. Y el chofer dijo algo de que le había parecido que el revólver no era de verdad.

23 - Cuando apagó la luz, vio por la ventana un reflejo en la casa de arriba de la farmacia. Y pensó que a lo mejor todavía había policías en el departamento. Y se acordó de que una vez el viejo le había contado que él y la vieja se habían conocido de chicos, en un coro.
Porque a los dos les gustaba cantar. Y cantar es barato, decía el viejo, uno abre la boca y ya está... Hasta un jubilado puede cantar, con eso le digo todo. 
Y por fin pudo llorar pensando en los dos viejos que habían abierto la llave del gas, justo enfrente de su casa. Y por todos los que tienen miedo y desesperación. Y por la cara que se había visto en el espejo del baño. Y entonces se dio cuenta de que para él había llegado el momento de decir basta.
Aída Bortnik (Bs. As. 7/1/1938 – ibídem, 27/4/2013)

Guionista, periodista y escritora argentina

Revista “Humor”, 1987

Compilación Chalo Agnelli

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