“EL SUEÑO DEL PIBE” CUENTO DE MARÍA CLARA DAL MOLÍN
Cuando
entró con la bicicleta por el corredor del conventillo ya lo sabía medio mundo.
El Dany era popular, querido, era un poco el pibe de todas las piezas. Por eso
la carta - que había traído otro como él - había pasado con el emblema de la
Academia de mano en mano: de la vieja a la Sonia, de la Sonia al Pato, del Pato
al hijo de los Torres y del hijos de los Torres a don José, que vivía sentado
en el patio y, entonces ahí, aunque la carta no hubiera sido abierta, la
noticia se había desparramado por todo el convento; lo habían llamado al Dany, iban
a probarlo en Racing.
-¡Te llamaron, Negrito, te llamaron!
Siguieron
las palmadas, los abrazos, los chiflidos y el llevarlo en andas hasta la puerta
de la pieza donde ya la familia sabía y se podía entrever una sonrisa en las
caras asomadas de los vecinos.
-Te felicito - dijo la madre.
Sacó
de una silla un montón de ropa que le habían traído para lavar, se secó las
manos en el delantal y le dijo:
- Vení, Dany, sentate que te traigo algo
de comer.
No se podía quedar quieta la pobre, iba
de acá para allá, dando órdenes a los hermanos que se habían quedado ahí,
parados a un costado, mirando. El Dany sabía que la vieja estaba llorando. Fue
al ropero, colgó prolijamente el uniforme de trabajo y se puso la ropa de entre
casa. Estaban esperando que él dijera algo.
- Buenos, bueno, no exageren, che. Es una
prueba nada más.
Pero no lo decía en serio. Él sabía que
era más. Mucho más. Era la oportunidad de su vida. Era el momento de cobrarse
por tanta tarde peloteando con los pibes. Tanto correr todos los días la
Avenida Montes de Oca, en subida, parta ganar resistencia. Era también el gran
regalo para el viejo. Su viejo. Hincha de Racing, por supuesto.
Nunca tanto que el viejo no le hablaba.
No lo miraba. Él no sabía por qué. Antes había sido distinto. De chiquito lo
había llevado muchas veces a la cancha. El Dany se acordaba bien; habían sido
los días más felices de su vida. Después él repetía en el potrero lo que le
había visto hacer a Corbata.
Un día, al
terminar el partido, en medio del entusiasmo, se había animado a decirle:
- Yo, algún día, quiero jugar en Racing,
viejo.
El
padre lo había mirado de una manera indescifrable, como si la frase hubiera
venido de cualquier lado, por error y fuera preciso ignorarla.
Nunca más lo había llevado a la cancha. Ni
se había arrimado al potrero nunca, como hacía el viejo de Rulo, para verlo
jugar.
Pero
ahora iba a ser distinto. Lo iba a reconocer. Se iba a sentir orgulloso de él.
El Dany ya podía imaginárselo, con sus amigos, en la mesa del café; “Mi pibe va a jugar en Racing”. Le iba a
decir; «Venga para acá mocoso»; agarrándolo del cuello y le iba a pedir que les
contara a los muchachos cómo era eso de que lo habían llamado de Racing, sí
señor, en la tercera y hasta le iban a pagar.
Lo
habían dejado comiendo solo. La vieja estaba en los piletones, la Sonia en la
cocina y el Pato quién sabe. Miró el reloj; eran las tres. El viejo salía a las
cuatro. Tendría un rato, como media hora, en venir caminado de la fábrica y no Iría al café. Los pibes se juntaban
enfrente, en el baldío que había cruzando la calle. So lo Iba a decir ahí.
Cuando estuviera con los amigos en el café.
En
el potrero estaban todos, hasta los que no jugaban nunca, Sabía que habían
venido a verlo. Ahora todo el barrio competiría para ganarse el título de ser
amigo del Dany. Lo chiflaron y le reprocharon que hubiera llegado tarde. Tal
vez pensaron que había sido a propósito para darse aires. Pero lo cierto es que
el Dany no se había dado cuanta, se le había hecho tarde porque se había
quedado pensando, pensando qué, no sé,
cosas, ya no me acuerdo.
Y era
cierto, no mentía, ya se había olvidado porque su alegría era como una liebre
que lo había hecho volar y salirse de este mundo y todavía seguía con esa
sensación de estar flotando. Así jugó esa tarde e hizo gambetas y pases
espectaculares como si di y diez jugadores más estuvieran metidos en su cuerpo.
Y transpiró, corrió, pateó y no tiró como nunca lo había hecho ni volvería a
hacerlo.
Después
del primer partido dijo que no jugaba más, que siguieran ellos, que enseguida
volvía.
Junto
a la ventana que daba a la calle estaba su padre con tres hombres más. El Dany
se acercó. Algo le golpeaba el pecho y sentía la boca seca. Caminó hasta quedarse
parado, tieso, a un metro de la mesa. Los hombres se dieron vuelta y antes de
que el Dany pudiera abrir la boca don José largó:
- ¡Así que tu pibe va a jugar en Racing!
El padre lo miró inexpresivo.
- ¡Este!... Pero si es un patadura ¡Qué
va a jugar este!
- Al otro día se levantó a las seis.
Entraba apenas la luz por la ventana de la pieza. El viejo ya se había ido. Sus
hermanos dormían. La madre le alcanzó un mate y unos minutos después lo vio
salir con la bicicleta vestido de cartero. Llevaba el sobre apretado en el
bolsillo de la chaqueta. Era una mañana fría, desalentada y empezaba a llover.
Unas cuadras antes de llegar al correo,
tiró la carta por una alcantarilla.
Después, mientras pedaleaba, lloró las
últimas lágrimas de su vida y juró que jamás volvería a tocar una pelota.
Y se convirtió en un hombre.
Ver
en LAS LETRAS DEL QUILMERO del jueves, 26 de abril de 2012 "QUILMES
RED JAZZ" DE MARIA CLARA DAL MOLIN
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