"MILAGRO EN BERNAL..." CUENTO DE HÉCTOR ACOSTA
Pasó en mi barrio...
De Héctor Acosta
Lo que se pasa a relatar es lo referido por mi tío materno
Francisco Olivari en una tediosa tarde de mate, lluvia y una historia por demás
enigmática.
Lo ocurrido fue allá por la década del '30 del siglo
anterior. Fue en época de unas elecciones que como después la posteridad supo
fueron viciadas de malas artes. Pero eso, tío Francisco lo ignoraba y, seamos
francos, debido a su juventud y cierta indolencia lo tenían sin cuidado. Lo
cierto es que el hombre se dirigió a un comité oficialista que en una ignota
calle de tierra funcionaba con sus principales atractivos: una aparato de
música desde donde se propalaban grandilocuentes consignas partidarias, el
laborioso rasgueo de un guitarrero y el revolear de una taba que agitaba los
ánimos de parroquianos que tenían un ojo en el juego y el otro en un asador
donde lentamente se doraba una carne que emanaba tentadora humareda.
Fue recibido muy paternalmente por un veterano paisano de
bombacha bataraza que sujetaba con una faja negra en la cual calaba un
cuchillito de mango de plata que en un principio lo intimidó. Pero no, el
hombre le inquirió a usanza campera
- ¿Que le anda pasando amigazo?
Tío le explicó con palabras entrecortadas.
- Quiero buscar en el padrón para saber donde voto.
- Ajá, con que eso había sido, yo creía que se me venía a
afiliar - dijo con un dejo socarrón - ¿Cómo es su apellido, Olivari me dijo?
Busque en este padrón.
Tío Francisco aguzó la vista y se comenzó a buscar; Olindi,
Olivar, Olivari... aquí está. Luego indagó en la efe. Y con estupor leyó.
Federico Olivari, Fortunato José Olivari y yo Francisco Olivari, todos con
domicilio en De Pinedo 286 de Bernal.
- ¡Pero carajo! ¡Si tío Federico murió hace dieciocho años y
papá Fortunato hace 23 años!
Con el mayor de los asombros se dirigió a un caduco
escritorio donde orondo reinaba un adusto personaje de ponchito marrón fumando
en boquilla de nácar. Le explicó lo mejor que pudo la imposibilidad de aquello.
El caudillo (tal había sido) pensó dos segundos, golpeteó
con su anillado dedo en la boquilla y descargo la ceniza del cigarrillo
(mentolado de 20 centavos) y mirándolo fijo, bien fijo por encima de sus
gruesos lentes de carey que le otorgaban un equívoco aire de intelectual,
despacioso le disparó:
- Joven... ¿Usted está insinuando algo?
Francisco Olivari salió de aquel comité con el desconcierto
pintado en su rostro, pero como no era hombre de entregarse así nomás, se
estableció que quizás estaba a punto de presenciar un verdadero milagro como
divino acto de iluminación.
Lo sintió lindando con el misterio y aún con el misticismo.
-¿Bueno, quién dice... yo los voy a esperar... en una de
esas vuelven?
A gusto se engañó a sí mismo. Palpitó en su pecho algo así
como una revelación apunto de develarse. No pudo ni quiso traicionar esa loca
corazonada.
Fue así que fumando con nerviosas pitadas aguardó luego que
votara y se cerciorara que sus parientes aún se hallaban ausentes en la
planilla de votación, refugiado en la puerta de un zaguán, desde donde vigilaba
con relampagueantes miradas a ambos extremos de la calle la espectral aparición
de aquellos sacros ausentes.
Transcurrió así toda la tarde y nada. Un adusto sargento de
hirsutos bigotes y hosca mirada montando un blanco caballo lo vigilaba con
desconfianza. Azuzó al animal con un seco golpe de fusta y acercándosele al
medio trote de costalete receloso tanteó el sable (ganas no le faltaron) lo
increpó con autoritaria voz.
-¡Circule...! ¡Circule...!
Francisco Olivari se le plantó firme y le replicó:
-No señor, de aquí no
me muevo, tengo una cita de honor.
Lo dijo aún sabiendo ya que aquellos que gracias a su candor
tuvieron en aquel mágico día ocho horas más de vida habían faltado a la cita.
¡¡Lástima...mundo
perro..!! Una vez más a los hombres soñadores nos derrotó la realidad.
Por Héctor Acosta
Otoño 2012
Publicado en el
periódico “Bernales”
de Norberto
Giallombardo, en junio 2012
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